Raymond Attanasio, en la Galerie 21 de Balma, nos lleva a un mundo intrínseco.
Los impresionistas son a menudo vistos como los grandes representantes de un optimismo donde el hombre está satisfecho con el mundo que lo rodea.
Como pintores que expresan su alegría y su alegría interior.
Pero el tema real de estos artistas era en su mayor parte la luz: el interior o el exterior, fuera lo que fuera, era sobre todo el más inmaterial de los fenómenos atmosféricos.
Las formas se disuelven en la claridad, no son más que sombras despertadas por la luz de una vida transitoria y fugaz.
Cuando Raymond Attanasio traduce sus percepciones subjetivas, impresiones desmaterializadas, nos permite salir de esta esclavitud sustancial.
Nos permite pasar a la lectura personal, confidencial al límite de la exclusividad.
Frente a su pintura, llegamos a las orillas de nuestra propia realidad.
Quizás para algunos sea el pasaporte a una revelación intestinal, ese momento en el que nada ni nadie puede cambiar tu camino, ese breve momento en el que el intervalo del ritmo temporal se vuelve sordo.
Entonces, quizás podríamos decir que Raymond pinta su alma …
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